Sutil y delicada adaptación de la leyenda del Dorado logra el escritor Mario Mendoza en clave periodística, pero sin perder esa esencia de relato de ‘Sabio anciano’, la sexta parte de ‘El mensajero de Agartha’ – como ya es costumbre – nos lleva por las aventuras de Felipe, su tío y su leal perro Elvis, esta vez a las entrañas del Amazonas, toda una hazaña que marcara sus vidas.
Sin necesitar de un extenso relato, Mendoza enriquece nuestra imaginación con constantes historias paralelas que fungen como fuelle para encender la chispa narrativa principal. Historias terrenales, pero que funcionan en un plano espiritual nos hacen entender que nuestro tránsito por este mundo es breve. Nos creemos muy importantes, pero no es cierto. No somos más que polvo que tarde o temprano vuelve a ser polvo.
Esta saga es toda una muestra de fantasía elemental cargada de diversión, ingenio y sagacidad. No necesariamente se requiere leerla varias veces, pero de seguro muchos lo harán para desentrañar minuciosamente tantos detalles que se nos escapan a la primera o si se quiere, para afianzar nuestros conocimientos y porque no, varias leyendas populares que damos como ciertas.
Atrapante también es su enriquecido lenguaje que no solo diversifica nuestra lectura, sino que añade a nuestro bagaje diversas frases para tener presente en este mundo caótico en el que vivimos; por supuesto, acá un ejemplo: “Lo peor es vivir con miedo, Águila Despierta –me repetía mientras cruzábamos largos parajes -. Porque el miedo te disminuye y te convierte en tu peor enemigo. No le temas a nada. A nada. La muerte es un punto más en el camino”.
Desde el libro uno, ‘El mensajero de Agartha’ no miente. Para algunos ofrece sorpresas. Para otros entretenimiento elemental. Es como subirse a una montaña rusa, dejando abajo cualquier pretensión intelectual. Hay que simplemente gozárselos como se goza un atardecer o la playa.
Por eso, solo me cabe preguntar a usted que me lee: ¿Qué saben usted de la realidad?
Por: Andrés Felipe Durán García
Twitter: @andresfdurang
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